Tormentas de polvo o arena.
Figura 2 Tormenta de polvo sobre Alice Springs, Australia.
Generalmente se considera que la nube de polvo es una tormenta de polvo si la visibilidad se ve reducida a menos de un kilómetro. Si disminuye a medio kilómetro o menos, se considera grave. El polvo puede elevarse hasta 3000 metros, desplazarse miles de kilómetros y mantenerse en el aire durante días. Por ejemplo, tormentas de polvo generadas por frentes intensos en el sureste australiano han llegado a llevar polvo a través del mar de Tasmania hasta Nueva Zelanda, produciendo nieve roja, teñida de polvo, en los Alpes neozelandeses. A veces las tormentas de polvo van precedidas de tolvaneras que se han separado del frente principal, pero no suelen causar grandes daños. Las grandes tormentas de polvo con frecuencia dejan detrás de ellas una gran cantidad de polvo fino que se infiltra
en todo los rincones de las casas y se abre camino incluso entre las páginas de los libros. El daño de mayor importancia que causan las tormentas de polvo es el barrido del mantillo fértil de las tierras de labranza y otros terrenos.
Figura 3 Tormenta de arena desde el Sahara hacia el Atlántico norte.
En ocasiones, las tormentas de arena la desplazan a zonas distantes, desde el desierto en que se originan, como sucede en el caso de las Islas Canarias, hasta donde suele llegar la arena que llevan los vientos del desierto del Sahara, en el noroeste de África, que se dirigen hacia las islas, como se observa en la imagen de satélite de la figura 13.3.
Torbellinos.
Conjunto de partículas de polvo o de arena, a veces acompañadas por pequeños desechos, levantadas del suelo en forma de columna giratoria de altura variable, con diámetro pequeño y un eje aproximadamente vertical. Estos torbellinos, también llamados tolvaneras, se producen no necesariamente en presencia de corrientes de aire de tipo convectivo. Son particularmente visibles cuando una corriente de aire ascendente, llamada “corriente térmica” por los pilotos de planeadores, atraviesa las zonas de tierra seca y los campos arados, cuya tierra removida hace que se levanten nubes de polvo. Son frecuentes en las regiones áridas y desérticas, donde las variaciones térmicas entre el día y la noche, son muy pronunciadas y favorecen el arrastre de estas pequeñas partículas.
Los torbellinos tienen la apariencia de una diminuta tromba o tornado, con la diferencia que por lo general, no se asocian a una nube y se originan desde la superficie de la tierra hacia arriba. Por lo general, el promedio de altura que alcanzan son del orden de los 20 metros, y su duración varía según el tipo de suelo en que se produzcan.
Humo.
El humo es suspensión en el aire, de pequeñísimas partículas producidas habitualmente por la combustión. En las grandes áreas industriales, pueden alcanzar concentraciones que afectan considerablemente la visibilidad, especialmente cuando el aire es estable. Habitualmente estas partículas se consideran contaminantes ambientales, ya que salvo en condiciones excepcionales como grandes incendios naturales, no se encuentran de forma espontánea en la naturaleza, sino que se derivan de la actividad humana. A menudo se puede ver Orlando las grandes ciudades una campana grisácea formada por los humos y partículas en suspensión. Estos contaminantes tienen diversas fuentes de origen, entre ellas las principales son los motores de los vehículos, de industrias, aserraderos, incendios, erosión del suelo, etc. Las partículas liberadas a la atmósfera pueden tener múltiples orígenes, y ser de naturaleza tanto química, física o biológica, como ocurre por ejemplo con el polvo de harina liberado en las moliendas. La imagen de la figura 4 muestra el efecto de una severa contaminación por humo sobre Beijing, tomada en marzo de 2000.
Figura 4. Contaminación por humo.
Partículas orgánicas en suspensión.
Existe otro tipo de partículas que pueden hallarse suspendidas en el aire pero que no se consideran estrictamente meteoros. Son partículas orgánicas en suspensión formadas por pólenes, hongos, mohos o esporas, y otros restos orgánicos, que estacionalmente pueden incluso saturar la atmósfera, dependiendo de la estación del año, en el caso de los pólenes, o de las condiciones ambientales como humedad y temperatura, en el caso de hongos y mohos.